…o yo estoy viendo pantasmas o
tenemos un barco inglés por estribor, susurra Marcial a José Débora, en Trafalgar,
de Benito Pérez Galdós. Y aunque la oración es parte de su delicioso relato
sobre la Batalla de Algeciras (1801), su sentido nos sirve para hablar de la Batalla de
Trafalgar (1805).
El 21 de octubre de 1805, una flota franco-española de 33 navíos
comandada por Pierre Villeneuve se enfrentó en las aguas de Trafalgar (Cádiz) a
veintisiete embarcaciones británicas capitaneadas por Horacio Nelson. Murieron
3,692 hombres (franceses, ingleses y españoles en números obviamente
desiguales) y el resultado fue la derrota de los aliados, el triunfo
contundente de la Gran Bretaña, la construcción de Trafalgar Square y una gran
novela española, escrita en 1873 (cuando su autor tiene apenas 30 años de edad): Trafalgar, de Benito Pérez Galdós.
El siglo XXI tiene en su haber tres novelas más, que intentaré adquirir
en estos días: Sharper’s Trafalgar, del londinense Bernard Cornwell (2000),
Trafalgar, del zaragocí José Luis Corral Lafuente (2002) y Cabo Trafalgar, del
cartagenero Arturo Pérez Reverte (2005), esta última escrita por encargo de
Alfaguara para conmemorar los doscientos años de la batalla.
Obligado por los Tratados de San Ildefonso, Carlos IV compromete a
España a unirse a los franceses para combatir a la flota británica, a la que
Napoleón buscaba distraer para invadir la
perfide Albion. La estratagema consistía en atacar posesiones inglesas en
el Caribe para hacer que Nelson se alejara del Canal de la Mancha y fuera a
defender las pertenencias de la
Corona. Pero las cosas no resultaron bien. No me detendré en los sucesos del
Caribe y de Cabo Finisterre, sino que sólo diré que la flota franco-española se
refugió en Cádiz.
Pérez Galdós en 1890 |
Transcribo la breve narración que de la batalla hace la Biblioteca de
La Rioja:
La flota inglesa, mandada por Nelson, atacó en forma de dos columnas
paralelas a la línea en perpendicular formada por Villeneuve, lo que le
permitió cortar la línea de batalla enemiga y rodear a varios de los mayores
buques enemigos con hasta cuatro o cinco de sus barcos. En un día de vientos
flojos, la flota combinada navegaba a sotavento, lo que también daba la
ventaja a los ingleses y, para colmo de desdichas, Villeneuve dio la orden de
virar hacia el noreste para poner rumbo a Cádiz en cuanto tuvo constancia de
la presencia de la flota inglesa. Probablemente pretendía con esta orden
acercarse a las defensas costeras de la ciudad, pero el efecto fue la completa
desorganización de la línea de batalla, que permitió a la escuadra de Nelson
capturar a los barcos franceses y españoles, cortar la línea y batirles con
artillería por proa y popa, los puntos más vulnerables de este tipo de
embarcaciones. De esta forma, y aunque transcurrieron horas de duro combate,
finalmente los ingleses se impusieron, y los supervivientes de entre la
escuadra combinada que aún podían navegar huyeron rumbo a Cádiz para evitar
su captura.
Pero también debemos reconocer la buena madera de que estaban hechos los franceses y los españoles:
A pesar de saberse vencidos de antemano, y conocedores de su inferior
posición táctica, los capitanes y las tripulaciones españolas y francesas se
batieron con autentica heroicidad durante horas contra un enemigo claramente
superior, de tal forma que en algunas ocasiones ni siquiera quedó un oficial
que rindiera el navío tras la batalla, puesto que muchos de ellos terminaron
muriendo o siendo gravemente heridos en la cubierta superior, a tiro de la
metralla de las carronadas y de los tiradores apostados en los palos de los
buques enemigos.
La muerte de Nelson, por Arthur William Devis (1807) |
Un tirador de la cofa del Redoutable, acabó con la vida de Nelson
durante la batalla, al combatir el almirante con sus insignias y honores
cosidas en su casaca y ser fácilmente distinguible del resto.
Villeneuve fue enviado preso a Inglaterra, Puesto en libertad bajo
palabra, volvió a Francia en 1806. El 22 de abril se le encontró muerto en su
habitación en Rennes. Se informó que Villeneuve se había suicidado y se le
enterró sin ceremonia, aunque, probablemente se trató de una ejecución
extrajudicial.
El teniente general Federico Carlos Gravina y Napoli comandaba la flota española, pero se vio obligado a ponerse a las órdenes de Villeneuve desde el inicio del inteligente plan napoleónico. Fue herido en un brazo durante la reyerta. Murió meses más tarde, en Cádiz. Los españoles piensan que si Villeneuve se hubiera puesto a las órdenes de Gravina en Finisterre, la flota franco-española hubiera derrotado desde ahí a los británicos… y la Batalla de Trafalgar no hubiera existido.
Trafalgar Square
Podemos entender la veneración que la Gran Bretaña tiene por el
almirante Nelson, que no es sólo un héroe sino que, con su muerte, se convirtió
en un mártir: su triunfo en Trafalgar canceló definitivamente las intenciones
de Napoleón de invadir Inglaterra (y tal vez sea esto en lo que piensan los londinenses y el resto del pueblo
británico al contemplar Trafalgar Square y la columna de Nelson, ésta de estilo
corintio y sobre la que se posa la estatua del guerrero realizada por Edmund
Hodges). Por otro lado, podemos pensar que los esfuerzos independentistas de
las colonias españolas tuvieron en esta derrota franco-española un elemento a
su favor: el poder español bélico de España había sido mortalmente herido.
Mucho dolor en su momento. Hay, sin duda, tristeza española al
recordar lo sucedido, a sabiendas de que España no debió haber intervenido
(pero los compromisos con Napoleón eran muchos). No sé qué pase hoy por la mente
de los franceses (lo investigaré). Tampoco sé si el orgullo del pueblo
británico por la victoria siga siendo tan
amplio como Trafalgar Square. El hecho es que yo estoy contento, porque después
de treintaitantos años he vuelto a leer la novela de Pérez Galdós, cada uno de
cuyos personajes es una delicia, y el gozo se inflama con la destreza del
novelista para entregarnos no un relato de guerra sino un retablo de lo humano
donde conviven el humor, el amor, la pasión, la historia y el sinsentido de
todas las guerras.
El sabrosísimo estilo de Benito
Pérez Galdós diluye la solemnidad y la misma tragedia del hecho histórico, para
volverlo un episodio de comedia. Sólo pensar en Marcial, el amigo de don Alonso
Gutiérrez de Cisniega, nos hace botarnos de la risa. Su inquina contra los
ingleses no tiene comparación: “Si están ellos en el Cielo, no quiero ir al
Cielo, manque me condene por toda la eternidad”, afirma este septuagenario
bravucón al que las continuas guerras lo han dejado tuerto, manco y cojo. Y su relato de la Batalla de Algeciras es inmejorable. Pérez Galdós parece decirnos
que para los españoles siempre hay oportunidades de cometer deliciosas
torpezas, como aquella en que, en la mencionada Batalla de Algeciras, el barco
San Vicente se lía a cañonazos contra el también español San Hermenegildo: piensan las tripulaciones de ambos navíos que se
enfrentan a los ingleses, aunque se les hace raro que hablen tan bien el español cuando maldicen.
En 1812, el entonces Príncipe Regente (luego Jorge IV) mandó crear un
desarrollo urbanístico en lo que hasta entonces habían ocupado las caballerizas
del palacio de Whitehall. El proyectó no se completó sino hasta 1845. Poco
antes, en 1830, el arquitecto y terrateniente George Ledwell Taylor consiguió que el lugar recibiera el
nombre de Trafalgar Square, para conmemorar la victoria de la armada británica.
Los cuatro leones de bronce que se encuentran en la base de la estatua fueron
colocados en 1867, modelados por el pintor y escultor Edwin Landseer, con metal proveniente de un
cañón de la flota francesa.
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