martes, 9 de junio de 2015

Picadilly Circus hace 42 años


1973. Octavio y Enrique en Londres.
Shaftesbury Memorial Fountain de Piccadilly Circus
No sabemos quién es la mujer que los acompaña.

domingo, 7 de junio de 2015

Historia de dos novelas


Acuarela de Charles Edmund Brock (1938)

Charles Dickens publica Historia de dos ciudades en 1859. Victor Hugo publica Los miserables en 1862. 

Jan Valjean (Los miserables) y Alexander Manette (Historia de dos ciudades) padecen injustamente la cárcel y envejecen durante el proceso de su liberación; pero ambos logran ver a sus respectivas hijas crecer y florecer en el amor.

Valjean y Manette son rescatados moralmente por dos huérfanas: Cosette y Lucie (aunque, en el caso de la primera, Jean Valjean la salva de los malvados Thénardier, mientras que en el caso de la segunda es ella la que recibe a su padre de manos de los "heroicos" Defarge). El primero adopta a Cosette como hija. El segundo es padre de Lucie.

De Lucie y Cosette se enamoran dos hombres que luchan contra la injustica de los poderosos: Marius Pontmercy y Charles Darnay. Ellos, por su parte, se esfuerzan por esconder su origen (son hijos de nobles y se criaron en el pensamiento monárquico, pero terminaron rechazándolo). Ambos padecen el mal trato de su pariente más cercano: Monsieur Guillernormand (abuelo de Marius) y el marqués St. Evrémond (tío de Charles).

Más allá de las coincidencias (que aún sigo estudiando), lo que me interesa es hablar de la casa del doctor Manette, que en la novela de Dickens se encuentra en Soho Square. El Soho es el escenario del enamoramiento de Charles Darnay, como el Jardín del Luxemburgo lo es para Marius Pontmercy. Hablaré de ello en la próxima entrega.

NOTA. Según entiendo, la acuarela de Ch. E. Brock está en manos de Sothesby`s, cuya sede principal se encuentra en los números 34 y 35 de New Bond Street.


Dido y Eneas, de Henry Purcell

Eneas conoce a Dido / Nathaniel Dance-Holland (1766)

Grief increaces by concealing.
La aflicción aumenta al ocultarla.
Belinda, en Dido y Eneas
de Henry Purcell y Nahum Tate.

Soy Dido, con apócrifo Ascanio entre los brazos, 
o tal vez la misma fenicia pero en los Campos Llorosos. 
Ginecomancia, de AAT

En Las Bodas de Baco y Ariadna, Tintoretto presenta a un Baco extraviado y solo. Situación extraña, porque el enólogo, a fe de Paul Veyne, siempre se encuentra acompañado por parientes ebrios y fanáticos en éxtasis. Aquí, en cambio, no fue invitado séquito alguno, sólo Afrodita, y la asistencia de la diosa va más allá de la necesidad plástica, rebasa la búsqueda del equilibrio formal y toca los desórdenes de la lujuria mitológica, porque Venus, alguna vez amante del mismo Baco, es madre de Eneas, y entonces resulta inevitable hablar de otra desventurada: Dido, que tanto se parece en sus penas a la inocente Ariadna.

Virgilio cuenta cómo la princesa fenicia, al saberse abandonada por el troyano, cubierta ya de una mortal palidez, se precipita al interior de su palacio, sube furiosa a lo alto de la pira y desenvaina la espada de Eneas (y, después de un discurso de lamento y rabia) sus doncellas la ven caer a impulso del hierro y ven la espada llena de espumosa sangre y sus manos todas ensangrentadas. Más tarde, ya en los Campos Llorosos de ultratumba, vuelve a saberse de Dido, la hermosa fundadora de Cartago, que s’ancise amorosa (ella se encuentra, según Dante, en el círculo de la lujuria, el de los incontinentes carnales, cuyo castigo es ser agitados por un huracán). Ahora, ya sólo es sombra, pedernal, roca marpesia; su rostro se parece al de la Ariadna que pinta Tintoretto, ese rostro en el que se vislumbra una especie de luto o duelo contenido, a pesar de los regalos que recibe del adolescente y disoluto Baco.

Recuerdo otros semblantes, y con ellos mido mis palabras. La María de Rafael Sanzio en Las Bodas de la Virgen (ella también recibe el anillo, pero un testigo más grave que Venus oficia la ceremonia), la esposa de Arnolfini, en el cuadro de Jan van Eyck (que se encuentra en la National Gallery y que, por tanto, tendremos la oportunidad de conocer en persona), y la Suzon que en el bar del Folies-Bergere retrató Manet.


Hay, en los tres casos, como en muchos otros, circunspección, reserva, mirada que quiere contar la larga historia de algún desconsuelo; pero no es exactamente la inclinación dolorosa que observo en la Ariadna del veneciano. Y es que ella, como Dido, también conoció la inconsistencia de los hombres, esa deslealtad que provoca elegías en las mujeres de todas partes (élegos, llanto).


Dama de la corte en China, pastora en Mithila, princesa en Knossos, congregante en Amula (Yo no tengo marido, Lucas –farfulla Nieves García-. ¿No te acuerdas que fui tu novia? Te esperé y te esperé y me quedé esperando. Luego supe que te habías casado. Ya a esas alturas nadie me quería), en todos los lugares, en todas las historias, es la mujer quien pronuncia el discurso de la ausencia; aunque, si pienso en el bolero y en el blues, ¿cómo resolver entonces la contradicción que presentan tales excepciones? Que Barthes me asista: …en todo hombre que dice la ausencia del otro, lo femenino se declara: este hombre que espera y que sufre, está milagrosamente feminidad.


La ópera de Purcell

Yo sugiero que antes de escuchar la ópera Dido y Eneas compuesta por Henry Purcell en 1682, se lea la Eneida de Virgilio (en particular, el Libro IV), pues es así como se disfruta más el dolor de Dido ante el abandono de Eneas, y porque, además, el libreto de Nahum Tate (1652-1715) apenas si esboza a los personas y sus motivaciones para el drama.

La obra fue ejecutada por vez primera en 1689, en la residencia escolar para señoritas de Josias Priest, en Londres, y no volvió a interpretarse hasta once años después, en el teatro de Lincoln’s Inn Fields.

A fe de los conocedores, el lamento que canta Dido al morir, When I am laid in earth, es uno de los momentos más hermosos y célebres de la historia de la ópera.

Henry Purcell (1659-1695) se encuentra enterrado en el pasillo del coro norte de la Abadía de Westminster.

Transcribo parte del texto que aparece en el programa de mano de la representación hecha en 2011 por el Coro Musicalia de Valladolid.

De nuevo, ante nosotros, la eterna lucha de las pasiones humanas, esta vez bajo la forma de una ópera verdaderamente acertada en cuanto a brevedad y precisión dramática de su libreto. No cabe duda de que estamos ante la ópera de habla inglesa más popular de la historia de la música, una obra que conserva un lugar de honor entre las producciones de todas las grandes compañías europeas.  Si a ello le unimos el hecho de ser la tragedia en música que mejores resultados formales ha dado en su género, al menos hasta la llegada del Peter Grimes de Britten, tres siglos más tarde, tendremos la receta para un éxito operístico asegurado. No podemos negar, en cambio, que los problemas editoriales que ha sufrido esta obra podrían haber sido más que suficientes para anularla del panorama músical: para empezar, no se conserva ningún manuscrito autógrafo de la partitura; el prólogo se ha perdido completamente; y, para colmo, nadie puede estar seguro en cuanto a las pautas a seguir a la hora de dividir los actos, o en cuanto a si las danzas consignadas son imprescindibles y necesarias para el transcurso de la obra.

En cuanto a la música de Purcell, vemos cómo se centra en lo fundamental, prescindiendo de circunstancias narrativas secundarias o de un trasfondo escénico que pudiera apartar la atención de lo primordial, pero consiguiendo, sin embargo, evitar la banalidad y la falta de originalidad. En la brevedad y aparente neutralidad de esta obra se encuentra después el poder emotivo de momentos culminantes que, despojados de objetivos transversales, logran condensar la atención y emociones del oyente: hablamos de escenas tan dramáticas como el lamento de Dido "When I am laid in earth", o su anterior discusión con Eneas.

Por su parte, el texto de Nahum Tate, es virtualmente perfecto y condensa sin estridencias ni rupturas afectos tan enfrentados entre sí que se diría estar asistiendo a la vida misma, de no ser porque la vida nunca se atrevería a tanto. El drama, en esta obra, proviene de un personaje que no tiene voz, que ni siquiera aparece, pero que lo controla todo desde su omnipotencia. Es el Destino, el gran ordenamiento previo del curso de la vida, de cuya aceptación provienen las alegrías y las grandes tristezas. Así sucede para Eneas, que se deja llevar por los deseos de los dioses, y para Dido, que, más bien al contrario, siente el futuro ya desde el principio como un negro nubarrón de presagio. Para él, el destino es una justificación de sus actos, una suerte de bendición que, pese a causar puntuales sufrimientos, conduce a la vida. Para ella, es una pesada losa que traerá la muerte, pese a haberse atrevido a desafiar lo escrito dejándose llevar por las pasiones prometidas por el troyano.

Te invito, lector paciente, a apachurrar la reproducción del óleo donde Pierre-Narcisse Guérin retrata, en 1815, a un Eneas que narra a Dido la destrucción de Troya (el cuadro original se encuentra en el Museo de Louvre; la obra de Dance-Holland, con la que abro esta entrega, se halla en la Tate Gallery, que por supuesto visitaremos durante nuestra estancia en Londres). Al apachurrar la imagen, escucharás la bellísima ópera de Henry Purcell compuesta en 1682. 


viernes, 5 de junio de 2015

Las epéntesis que no vi




Eduardo Moga me hizo una amable observación: al colocar en mi blog un enlace a su blog, no respeté la doble epéntesis del título (corónicas e Ingalaterra). Ya corregí mi error de lectura. ¡Pero cómo es la mente, tan independiente de nuestra voluntad, tan sobrada de sí misma! Huele como quiere, toca como quiere, lee como quiere, no hace caso más que a su propia realidad. Yo leí “Crónicas de Inglaterra” donde calaramente dice “Corónicas de Ingalaterra”. Y mi mente, necia, decidió que Moga escribió mal el nombre de su bitácora.

Tras esta experiencia, me entra un gran pavor.

Digresión: digo que “me entra” y no que “me brota”. Y esto me recuerda que aún no resuelvo la siguiente incógnita: ¿Estaré con Juan Manuel en Londres durante la primera semana del octubre que viene o durante la primera semana del octubre al que vamos?

En fin, que me entra el pavor porque…¡cómo es la mente! También sueña lo que quiere, por supuesto. Pero esto ya lo sabía yo. Lo que no sabía muy bien es que durante la vigilia la mente también hace su santa voluntad y no la nuestra.

¿Toqué alguna vez a la mujer que fue mi mujer, o toqué sólo a la mujer que mi mente inventó y dio por sentada? ¿Entré en ella o entré sólo en el espejismo de mi deseo?

De estos engaños mentales me he dado cuenta cada vez que quiero tomar el lápiz verde que está junto al lápiz rojo. Estoy seguro de tomar el lápiz verde, pero al escribir con él resulta que pinta rojo.

Supongo que padezco alguna enfermedad mental. La realidad se me escapa de los ojos.

Mensaje de Eduardo Moga



Con sabio amor y como si quisieran aliviar mis penas y cerrar mis heridas, los hados han puesto en el camino que me lleva a Londres al poeta Eduardo Moga (Barcelona, 1962), quien vive actualmente en dicha ciudad y con quien me he puesto en contacto. Me escribe:

Sí, Agustín, nos tomaremos una cerveza (o incluso más de una) en algún pub de esta ciudad fascinante pero hostil, multitudinaria y ruidosa, aunque llena también de rincones silenciosos y secretos. Podríamos muy bien hacerlo en Ye Olde Chesire Cheese. El lugar conserva el encanto,  físico y literario, de hace cuatro siglos. ¡Y la plaza de Trafalgar! No te quedará más remedio que visitarla. Casi todas las rutas turísticas, casi todos los paseos que valen la pena, pasan por ella.

(…)

Tu entrada de anteayer, por cierto, es sobre la Central Eléctrica de Battersea. Yo viví en un piso desde cuyo balcón se podía contemplar, y hoy sigo viviendo muy cerca de ella. Pero está cambiando: la van a convertir en una gran zona residencial y comercial. Creo que todavía podrás apreciarla cuando vengas a Londres, aunque esté llena de andamios y grúas.

Un abrazo.

miércoles, 3 de junio de 2015

Battersea Power Station


 
Battersea Power Station
Cuando en 1927 se propuso la construcción de una gran central termo eléctrica a la orilla del Támesis en Battersea, hubo reacciones adversas por el temor a la contaminación y al daño que ésta pudiera provocar en el entorno (los parques, los edificios y las mismas pinturas de la TATE GALLERY). Hoy, la Battersea Power Station, que funcionó como tal hasta 1983, es uno de los monumentos emblemáticos más queridos por los londinenses. 

Animals (1977)

Es el edificio más grande de ladrillo en Europa y se hizo mundialmente famoso por su aparición en la película Help!, protagonizada por los Beatles (1965) y por haber sido excelentemente fotografiado para servir de portada de Animals, el álbum de Pink Floyd (1977).  En la película dirigida por Richard Lester, un científico loco (representado por el excelente comediante Víctor Spinetti) construye una pistola que, al dispararla, provoca que la gente se mueva en cámara lenta. Pero Algernon, su asistente (Roy Kinnear), es un desastre con las instalaciones eléctricas, así que la pistola provoca un problema en Battersea Power Station (o al revés, nunca he hecho mucho caso a esa parte: tal vez es la Estación la que provoca un desperfecto en la pistola del doctor Foot).

Fotograma de Help! (1965)


El edificio fue diseñado por el arquitecto Giles Gilbert Scott (1880-1960), el mismo que diseñó en 1924 las clásicas cabinas telefónicas de Londres. 


Sabotage (1936)

Wikipedia dice que la primera parte de la estructura fue construida en 1939. Sin embargo, al principio de Sabotage, unos segundos después de que se va la luz en Londres, aparece la silueta de dos de sus chimeneas. ¡Y la película de Hitchcock es de 1936!

Setenta y tres años más tarde, el interior de la Battersea Power Station fue utilizado en algunas escenas de The Imaginarium of Doctor Parnassus, hermosa película escrita y dirigida por Terry Gillian (2009); pero eso último tendré que verificarlo en estos días. Tengo la película, así que la volveré a ver y pondré mucha atención.


lunes, 1 de junio de 2015

Samuel Johnson II

El Johnson de John Opie

Todavía no junto los 1,188 pesos que cuesta La vida de Samuel Johnson, de James Boswell, editada por Acantilado, así que por ahora seguiré leyendo esta biografía en la colección Austral, traducida por Antonio Dorta. La mencionada colección fue siempre una joya invaluable para quienes nos formamos con Espasa-Calpe; pero recordemos que en 1991 dicha editorial fue adquirida por Grupo Planeta por diez mil millones de pesetas (sabrá Dios cuánto era eso entonces). De cualquier manera, yo seguiré pensando en Espasa-Calpe, porque nunca me han caído bien los señores de Planeta y nunca he confiado en sus intenciones comerciales.

En fin, que en La vida de Samuel Johnson James Boswell anota lo que el biografiado le comentó sobre Londres el 5 de julio de 1763. Sírvanos este breve comentario como sugerencia para abrir bien los ojos durante nuestra estancia en la capital del Reino Unido.

Sir, if you wish to have a just notion of the magnitude of this city, you must not be satisfied with seeing its great streets and squares, but must survey the innumerable little lanes and courts. It is not in the showy evolutions of buildings, but in the multiplicity of human habitations which are crowded together, that the wonderful immensity of London consists.


Señor, si usted desea tener una idea justa de la magnitud de esta ciudad, no debe contentarse con ver grandes calles y plazas, sino que debe recorrer las innumerables callejuelas y rincones. No es en las notorias evoluciones de los edificios, sino en la multiplicidad de viviendas humanas que se hallan aglomeradas, donde reside la maravillosa inmensidad de Londres.