domingo, 21 de junio de 2015

El castillo de Otranto

Después de gozar en la soledad de esta novela gótica (1764), tuve la ocurrencia de leerla en voz alta frente a un grupo de quinceañeras, en 1981. La historia de Manfredo, príncipe de Otranto, atrapó y conmovió a las niñas… hasta un poco antes del final. Llegado el desenlace, las señoritas se quejaron de la solución sobrenatural de este sangriento relato. 

La queja me enfadó. ¡Horace Walpole (1717-1797) nos había conmovido con la descripción de los personajes y sus aventuras! No me pareció justo que las escuinclas lo condenaran por la insatisfacción que les había producido el final.

No expresé mi enojo (o tal vez sí), pero llegué a la casa y escribí en un cuaderno: "Qué curioso, un fenómeno sobrenatural (la aparición de san Nicolás) es tachado de absurdo precisamente por quienes nunca dudaría de la resurrección de Jesús ni de su ascensión a los cielos. Quién las entiende."

Reconozcamos, sin embargo, que la novela de Walpole pertenece a las novelas de éxito del siglo XVIII, "folletines de lacrimoso sentimentalismo, a menudo ilustrado por un fondo medievalista de cartón piedra, con castillos, pasadizos secretos, noches de luna, ermitaños, crímenes y paisajes italianos u orientales" (estoy citando a Martín de Riquer y José Ma. Valverde, quienes no dejan títere con cabeza y definen El castillo de Otranto como la representación de la tendencia exótica y melodramática de aquellos días).

En esos mismos días, las novelas de Jane Austen eran aprobadas de manera reluctante y tardaban en ser publicadas, según señalan los mismos críticos en la página 464 del segundo tomo de su Historia de la Literatura Universal.

La casa de Walpole, que inaugura el neogótico en la arquitectura europea, es vista por algunos como un "caprichoso batiburrillo" que coincide con la artificiosidad literaria de Fanny Burney, William Beckford, Matthew G. Lewis, Ann Radcliffe, Mary Shelley y el mismo Walpole, hecho que, al menos ante mis ojos, no necesariamente le resta "encanto". Admito que leí gusto y con mucho placer tanto El castillo de Otranto como Vathek, El Monje y El moderno Prometeo. Por tanto, supongo que puedo visitar Strawberry Hill y recorrer sus interiores con esa misma condescendencia estética. 


Acaso podríamos visitar la casa de Walpole, Strawberry Hill, cerca de Twickenham.

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